¿Está el COVID-19 probando ser el ‘talón de Aquiles’ de los líderes populistas del mundo?

by Marc Limon, Executive Director of the Universal Rights Group Democracy, Thematic human rights issues

Mayo 27 de 2020, Ginebra

El ascenso de líderes populistas alrededor del mundo, con su particular marca Orwelliana de políticas post-verdad, ha sido una de las tendencias geopolíticas determinante de los últimos cinco años. Desde Trump hasta Orban, de Bolsonaro a Johnson, y de Erdogan a Modi, estos políticos parecen llevarse todo por delante. A pesar de esto, ¿quizás finalmente han encontrado su partido en el COVID-19?

Aunque la regla no se mantiene como cierta a lo largo del tablero (en Hungría, por ejemplo, Victor Orban ha respondido a la pandemia reduciendo las instituciones democráticas y de derechos humanos – aparentemente con resultados positivos en términos de infecciones y muertes relacionadas al COVID), en la mayor parte de países gobernados por líderes populistas (democráticos) se han visto algunas de las respuestas más caóticas e inefectivas del mundo frente a la pandemia de salud global actual.

Según el Financial Times[1] (datos actualizados el 24 de mayo), los países con los números más altos (acumulados) de casos de COVID-19 son, Estados Unidos (más de 1.6 millones de casos), Brasil (más de 360,000 casos), y el Reino Unido (alrededor de 260,000 casos). Los mismos tres países, junto con India y Rusia, también ocupan los primeros cinco lugares para ‘nuevos casos confirmados’. En cuanto al trágicamente alto número de personas alrededor del mundo que han perdido la vida debido al COVID-19, Estados Unidos (alrededor de 92,000) y el Reino Unido (casi 37,000) han sufrido los números más altos de muertes totales; y Estados Unidos (1,155 muertes por día en promedio), Brasil (935 muertes por día en promedio), y el Reino Unido (308 muertes por día en promedio) han sufrido la mayor cantidad de ‘nuevas muertes’.

La definición común de populismo es ‘una aproximación política que busca apelar a la gente ordinaria que sienten que sus preocupaciones son ignoradas por los grupos de elite establecidos.’ Esta definición tiene dos elementos claros: uno, políticos populistas luchan por apelar a ‘personas ordinarias’ o incluso solo ‘los demos’ más ampliamente; y dos, que son de alguna manera ‘anti-establecimiento’ – i.e. defienden y promueven los intereses de los olvidados o descuidados ‘plebeyos’ como en contra de los inalcanzables ‘aristócratas’. Cualquiera sea la definición precisa, los políticos populistas en todos los casos buscan ganar y retener el poder al oponer una parte de la población contra otra parte (basado en credo, raza, estatus de inmigrante, visión política, riqueza, etc.) – o, en muchos casos, una población en contra de otra población (i.e. nacionalismo) – y postulando que una ‘élite’ distante y/o corrupta, o ‘establecimiento’, busca frustrar la ‘voluntad del pueblo’.

Por extensión, los líderes populistas, según su auto-ideología, pueden tomar los pasos que sean necesarios para asegurar esta ‘voluntad del pueblo’, aun cuando esos pasos van en contra de los derechos humanos, normas democráticas y la ley (e.g. la decisión del gobierno del Reino Unido de prorrogar el parlamento para asegurar el Brexit), y aun cuando es necesario mentir o promover la desinformación (e.g. el presidente Trump solo conociendo de pasada los hechos). En ambos puntos, cualquiera que busque defender la democracia y la ley (e.g. políticos de oposición, jueces independientes), o que busque revelar la verdad en un mundo ‘post-verdad’ (e.g. periodistas), son – por definición – ‘elitistas’, ‘corruptos’ o ‘antidemocráticos’.

¿Es el COVID-19 el ‘talón de Aquiles’ de los populistas del mundo?

Durante gran parte de los últimos cinco años y en muchos (si no la mayoría) de los grandes y poderosos Estados miembros de la ONU, esta potente mezcla de populismo, desinformación (una relacionada determinación de ‘decirle a la gente’ lo que quiere oír), incitación a la división y el odio, nacionalismo, e indiferencia por los derechos humanos y la ley, a veces ha parecido imparable. En América, por ejemplo, la ley parece haber cedido repetidamente bajo el peso de los ataques populistas de Donald Trump contra la libertad de prensa (o ‘medios de noticias falsas’ como él las llama), la investigación de Mueller sobre colusión extranjera, y actas de juicio político del Congreso. En el Reino Unido, otro país que previamente se enorgullecía de su compromiso con el Estado de Derecho, Boris Johnson y sus aliados en la campaña ‘vota salir’ han usado repetitivamente eslóganes populistas sobre ‘el establecimiento’ (e.g. políticos de oposición y el servicio civil), la ‘élite inalcanzable’ (e.g. jueces de la Corte Suprema) o los medios de comunicación ‘corruptos’ para justificar y facilitar una política (Brexit) la cual, cada estudio con reputación muestra que perjudicará los derechos económicos y sociales de la misma ‘gente’ que pretenden defender.

A pesar de todo, tales políticas populistas parecen haberse estrellado contra una pared de ladrillos durante la pandemia del COVID-19. No solo los países gobernados por los ‘hombres fuertes’ del mundo han sufrido mucho más que países comparables en otros lugares en términos de infecciones y muertes, sino que también el hechizo que ha mantenido a ‘la gente’ encantada por tanto tiempo parece estar desapareciendo. ¿Por qué?

Parece haber varias razones.

Primero, durante la pandemia del coronavirus, las consecuencias de las políticas defendidas por populistas son precisas e irrefutables. A diferencia de la política de Trump frente a Ucrania, por ejemplo, o las promesas de Boris Johnson de reconstruir un país post-Brexit  ‘libre’ y ‘soberano’, los resultados de las decisiones políticas tomadas por los gobiernos en Brasilia, Istanbul, Nueva Delhi, Londres, y Washington durante los últimos cuatro meses pueden ser medidas precisa (e inmediatamente) – en los números de infecciones y los números de muertes.

Segundo, los líderes populistas prefieren la ‘política de gestos’ para la toma de decisiones basada en evidencia, y frases pegadizas para respuestas a políticas calibradas cuidadosamente. Tales impulsos son usualmente suscritos por un optimismo excesivo y una creencia que sus países son de alguna manera ‘especiales’. Durante la actual pandemia, tales actitudes han llevado a la complacencia – una forma de parcialidad cognitiva que hace al individuo creer que es menos probable ser afectado por una crisis emergente. Ejemplos han sido abundantes durante la actual pandemia. Por ejemplo, en enero, Donald Trump dijo que tenía la situación ‘totalmente bajo control’ y que ‘todo estaría muy bien’, mientras que en febrero afirmó que le virus ‘se iría milagrosamente’, y que ‘el riesgo para las personas americanas es muy bajo’. En el Reino Unido, en los primeros días de febrero, Boris Johnson habló sobre ‘el riesgo que nuevas enfermedades como el coronavirus activara un pánico y un deseo por la segregación de mercado que va más allá de lo que es medicamente racional hasta el punto de hacer un daño económico real e innecesario.’ En tal momento, continuó afirmando que ‘la humanidad necesita algún gobierno en algún lugar que esté dispuesto al menos a defender el caso con poder por la libertad de intercambio, algún país listo para quitarse las gafas de Clark Kent y saltar a la cabina telefónica y emerger con su capa ondando como el campeón recargado, del derecho de las poblaciones del mundo de comprar y vender libremente entre unos y otros.’ ‘Aquí en Greenwich durante la primera semana de febrero 2020,’ concluyó, ‘puedo decirles con total humildad que el Reino Unido está listo para ese papel.’

“…la humanidad necesita algún gobierno en algún lugar que esté dispuesto al menos a defender el caso con poder por la libertad de intercambio, algún país listo para quitarse las gafas de Clark Kent y saltar a la cabina telefónica y emerger con su capa ondando como el campeón recargado.”

Tercero, los populistas, por definición, tienen una relación antagónica con la ‘ciencia’ y los ‘expertos’ – porque, en breve, los científicos trabajan por determinar hechos comprobables y dichas verdades a menudo no caen dentro de (y efectivamente, a menudo contradicen) las narrativas promovidas por políticos como Jair Bolsonaro. Durante otras crisis como aquellas alrededor el Brexit en el Reino Unido o sobre Ucrania en Estados Unidos, los populistas han podido descartar con mayor facilidad las palabras de los expertos porque pueden ser postuladas como predicciones de un futuro posible o como ‘politizadas’ o ‘corruptas’. Un buen ejemplo es la afirmación del político conservador del Reino Unido Michael Gove, que Britons ‘ha tenido suficiente de expertos’ (fue demostrado que aquellos expertos estaban en lo correcto – pero eso fue solo meses después). En contraste, las palabras de expertos de la salud durante la crisis del COVID-19 son más difíciles de descartar – y son más probables de manera inmediata. Esta tensión ha sido puesta en evidencia tanto en los Estados Unidos (e.g. desacuerdos entre Trump y el Dr. Anthony Fauci, el experto principal del país en enfermedades infecciosas), y en Brasil, donde el presidente Bolsonaro despidió a un ministro de la salud por llamar a medidas de distanciamiento social más estrictas, y vio a otro renunciar en protesta ante la decisión del gobierno de priorizar la recuperación económica sobre la salud pública. También ha sido evidente, a través de las afirmaciones de ambos presidentes, de Brasil y de Estados Unidos – firmemente rechazado por los científicos – que una droga particular, cloroquina, puede ser una ‘cura milagrosa’ para el COVID-19.

Cuarto, y en relación con lo anterior, la dependencia de los políticos populistas hacia las ‘noticias falsas’ – desinformación deliberada – ha pasado de ser una herramienta útil (si inmoral) en tiempos normales, diseñadas para destilar preguntas políticas complejas en simples narrativas ‘la gente en contra del establecimiento’, a ser una seria desventaja durante una emergencia de salud global. Durante tales tiempos, cuando las vidas de las personas están en juego y hay temor por el futuro, el público exige una guía clara y honesta en lugar de un chivo expiatorio o llamados a oración nacional (como ocurrió el 15 de marzo en Estados Unidos).

“…Tal vez el aspect más importante del ‘talón de Aquiles’ de los populistas revelado por la pandemia del COVID-19 es su deseo predominante por ser popular.”

Por último, y de nuevo con base en lo expuesto anteriormente, quizás el aspecto más importante del ‘talón de Aquiles’ de los populistas revelado por la pandemia del COVID-19 es su deseo predominante por ser popular. Esto significa, entre otras cosas, ofrecer un análisis permanentemente optimista o ‘animado’ de la situación, y negarse a tomar (o al menos procrastinar) decisiones difíciles que pueden ser un riesgo para el líder en cuestión a ser menos popular – ya sea en el corto plazo (e.g imponiendo cuarentenas nacionales o ‘quitándole el derecho a los ancianos británicos de ir al pub’ – en las palabras de Boris Johnson), o en el largo plazo (e.g. recesión económica prolongada).

Con lo anterior en mente, parece acertado decir que los líderes populistas del mundo ‘no han tenido una buena crisis.’ La única pregunta que queda es: ¿El COVID-19 dañado permanentemente su marca, o serán más fugaces sus efectos? Tendremos que esperar hasta noviembre para averiguarlo.

[1] Ig.ft.com

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